
Parece que en la vida los lugares profanos son los preferidos de nuestra mente, ya que son lugares en los que la conversación es trivial, en los que estamos para pasar simplemente el tiempo, en los que la única preocupación es la charlatanería y la relación insulsa con otras personas. Son lugares que nos sumergen en un falso sueño, nos alejan de la verdadera realidad de la vida.
A la mente sin educar le gustan esos lugares, puesto que en ellos no tiene conflictos interiores, se olvida de los problemas fundamentales, comparte la vida con bufones que le hacen pasar un rato divertido y deja de plantearse aspectos relativos al gran misterio de la existencia o a la búsqueda interior.
A la mente no le resulta cómodo que tratemos de profundizar en ella, saber porqué reacciona de una manera determinada ante algunos aspectos de la vida. La mente quiere dominarnos, parece que con nuestra presencia en lugares profanos quiera apartarnos del sufrimiento, de las preguntas embarazozas, de pensar en nuestro final irremediable. Pero esto no es sino un engaño, ya que nuestro primer objetivo debe ser el de dominar nuestra mente y averiguar la verdad sobre nosotros mismos y sobre nuestra existencia.
¿Adónde nos lleva una vida ociosa y vacía? Indudablemente a ningún lugar interesante, a ninguna realidad, al transcurso de una supervivencia sin respuesta alguna para los aspectos verdaderamente importantes. Seguir ese camino sería llegar al final de nuestras vidas para darnos cuenta de que hemos colocado la escalera por la que hemos ascendido en la pared equivocada.
Jorge Blaschke
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