Uno de los mayores desafíos que pueden plantearse en la vida de una persona es saber cómo interpretar los «fracasos». La forma que tenemos de afrontar las «derrotas» de la vida, y lo que determinamos al respecto, es la causa que configura nuestros destinos. Necesitamos recordar que nuestras vidas se verán configuradas, más que ninguna otra cosa, por la forma que tengamos de afrontar la adversidad y los desafíos. A veces, recibimos tantas referencias de dolor y fracaso que empezamos a conjuntarlas en la creencia de que nada de lo que hagamos podrá mejorar las cosas. Algunas personas empiezan a creer que las cosas son irremediables, que son impotentes o no tienen valor, o que de todos modos perderán, sin que importe lo que hagan. Se trata de una serie de creencias que jamás debemos tolerar, si es que queremos esperar éxito y logros en nuestras vidas. Esas creencias nos privan de nuestro poder personal y destruyen nuestra habilidad para actuar.
En psicología existe un nombre para designar ese estado mental destructivo:
incapacidad adquirida. Cuando la gente experimenta suficiente fracaso en algo (y le
sorprendería saber las pocas veces que les ocurre eso a algunas personas), percibe sus
esfuerzos como inútiles y desarrolla el desánimo terminal de la incapacidad adquirida.
El doctor Martin Seligman, de la universidad de Pensilvania, ha llevado a cabo una
investigación intensiva sobre lo que crea la incapacidad adquirida. En su libro Optimismo
adquirido, informa de tres pautas específicas de, creencias que nos hacen sentirnos impotentes
y que pueden llegar a destruir virtualmente todos los aspectos de nuestras vidas. Denomina
estas tres categorías: permanencia, omnipresencia y personal.
Muchas de las personas que han alcanzado un mayor éxito lo han logrado a pesar de
encontrarse con enormes problemas y barreras. La diferencia entre ellos y los que abandonan
gira alrededor de sus creencias sobre la permanencia de sus problemas, o la falta de ésta. Las
personas con éxito raras veces o nunca consideran un problema como permanente, mientras
que quienes fracasan tienden a ver cualquier problema como permanente, incluso los más
pequeños. Una vez adoptada la creencia de que no puede hacerse nada para cambiar algo,
sencillamente porque nada de lo que ha hecho hasta ahora ha logrado cambiarlo, empieza a
absorber un veneno pernicioso en su sistema. Hace ocho años, cuando había alcanzado el
fondo del pozo y no creía que las cosas cambiaran alguna vez, pensé que mi problema era
permanente. Eso fue lo más cerca que estuve de experimentar la muerte emocional. Aprendí a
vincular tanto dolor a sostener esa creencia que finalmente fui capaz de destruirla y jamás la
he tolerado desde entonces.
Debe usted hacer lo mismo. Si se ha oído decir a sí mismo o a cualquier otra persona
que le importe que un problema sea permanente, es hora de sacudir inmediatamente a esa
persona y hacerla reaccionar. Tiene que ser capaz de creer: «Esto también pasará», sin que
importe lo que le suceda en la vida, y saber que, si continúa insistiendo, encontrará un
camino.
La segunda diferencia entre los ganadores y los perdedores, los optimistas y los
pesimistas, es su creencia sobre la omnipresencia de los problemas. Una persona de éxito
nunca ve un problema como algo omnipresente, es decir, capaz de controlar toda su vida.
Siempre lo ve como: «Bueno, sólo se trata de un pequeño desafío», y no como: «Yo soy el problema. Mi vida está destruida». Por el contrario, los pesimistas (los que tienen incapacidad adquirida) han
desarrollado la creencia de que, como han fracasado en el ámbito de la vida, son un fracaso.
Creen que, como tienen problemas financieros, toda su vida está destruida, que nadie cuidará
de sus hijos, que sus esposas les abandonarán, etcétera. A partir de ahí, no tardan en
generalizar, sacar las cosas de quicio y sentirse impotentes. ¡Imagine cuál puede ser el
impacto de la permanencia y la omnipresencia juntas!
La solución a ambas consiste en ver algo que pueda usted controlar en su vida, y
empezar a actuar en esa dirección. Al hacerlo así, desaparecerán algunas de estas creencias
limitadoras.
La categoría de creencia a la que Seligman llama personal, yo la denomino problema
personal. Si no vemos un fracaso como un desafío para modificar nuestra actitud, sino más
bien como un problema con nosotros mismos, como un defecto de nuestra personalidad, nos
sentiremos inmediatamente abrumados. Después de todo, ¿cómo puede usted cambiar toda su
vida? ¿Acaso no es eso más difícil que cambiar sus acciones en un ámbito particular? Lleve
cuidado de no adoptar la creencia de que un problema es personal. ¿Cómo puede sentirse
inspirado si se castiga continuamente?
Sostener estas creencias limitadoras equivale a ingerir de forma sistemática diminutas
dosis de arsénico que, al cabo del tiempo, se acumulan hasta alcanzar una dosis letal. Aunque
no morimos de inmediato, empezamos a morir emocionalmente en el momento en que las
absorbemos. Así pues, tenemos que evitaras a toda costa. Recuerde que, mientras crea algo, su cerebro actúa como un piloto automático, filtrando cada información procedente del medio
ambiente, y buscando referencias para confirmar su creencia, al margen de cuál sea ésta.
“Es la mente la que hace el bien o el mal, la que hace desgraciado o feliz, rico o pobre.”
-Edmund Spencer
Anthony Robbins
0 Comentarios