Desde muy temprana edad, hay un esfuerzo sistemático para "domesticarnos" por parte de nuestros padres, la escuela, la iglesia y la sociedad. Venimos al mundo totalmente libres, sin juicios de ningún tipo. Entonces, desde el principio, estamos sometidos a un sistema de recompensa-castigo en un esfuerzo por inculcar los sistemas de creencias de los demás en nosotros. Llegamos a creer que la aprobación de los demás, especialmente la de los padres, es fundamental para nuestra supervivencia.
Cuando nos comportamos de una manera que agrada a nuestros padres, ellos nos dan el pago. Cuando no lo hacemos, somos castigados con violencia, ya sea física o emocional. Como resultado, venimos a buscar constantemente la perfección para no ser juzgados duramente por los demás o por nosotros mismos.
Estamos siempre tratando de ser "lo suficientemente buenos", pero nunca llegamos a serlo. El resultado es una corriente casi constante de infelicidad.
A través de este sistema, se aprende a aceptar los valores y creencias de los demás como nuestra propia verdad y es el alma la que alguna que otra vez sale de la caja construida por ellos y hace la pregunta más importante que existe, "¿Quién soy yo?" No es sólo una cuestión que debe plantearse, sino que también debe responderse sin vacilar si alguna vez esperamos vivir sin miedos y con la verdad.
Se nos ha enseñado a preocuparnos por los juicios y opiniones de los demás para formar nuestra propia identidad -una identidad falsa. Si fuéramos libres completamente del bagaje de creencias, opiniones, y mitos de otros los cuales arrastramos por todas partes con nosotros, ¿cómo sería nuestra vida? ¿Se parecería a lo que es en la actualidad? Lo más probable es que no y lo más probable es que el mundo se vería muy diferente también. La autocrítica y el casi constante esfuerzo por complacer a los demás es lo que disminuye de manera eficaz nuestra felicidad personal.
Cuando demos el primer paso en nuestra vida para construirla por nosotros mismos y vivir nuestra propia vida, nuestra propia verdad, entonces nuestras almas podrán finalmente ser verdaderamente libres.
Edward Dunn
0 Comentarios