Mi padre era un buen marinero que, muy tarde en su vida, se enroló en el oficio de cultivador. Se instaló en una plantación en la Colonia de Virginia. Algunos años más tarde, nací yo, en 1642. Hace ya 100 años de eso.
De hecho, mi padre hubiera hecho mejor si hubiera seguido los consejos de mi madre –quedarse en un trabajo para el que su formación lo había preparado-, pero él prefería cambiar el buen navío que poseía y del que era el capitán por una plantación.
Cuando tenía 10 años, el alma de mi madre toma su vuelo, y 2 años más tarde mi bien amado padre; la sigue. Como yo era su único hijo, quedé solo. Los amigos de mis padres me dieron cuidados, algún tiempo. De hecho, me ofrecieron un lugar bajo su techo: un beneficio que yo aproveché durante 5 meses. De los bienes de mis padres, nada quedó: pero... con la experiencia de los años, comprendí mas tarde, que esos, sus amigos, que me acogieron algún tiempo, los habían defraudado y que por consecuencia, me habían hecho daño.
Desde la edad de 12 años y hasta los 23 años, no les hablaré de mi vida, no serviría de nada a mi propósito. Pero poco tiempo después, teniendo en mi posesión, 16 guineas, que había economizado del fruto de mi trabajo, tomé un barco para Boston, en el que trabajé, a bordo, como carpintero, luego, como carpintero marino.
No obstante haber trabajado siempre en los navíos en el malecón, el mar no me era saludable.
Conocí la prosperidad, y con sólo 27 años era ya el propietario de la empresa para la cual yo trabajaba anteriormente.
En ese momento, “Desastre” (que es uno de los heraldos de los espíritus indecisos y de las promesas no cumplidas) me vino a visitar. El fuego quemó todo mi taller, no dejando otra cosa que deudas y, no tenía yo la menor pieza para liberarme de ellas.
Ensayaba yo: negociar con mis acreedores, pedir ayuda a mis amistades, tratar de volver a partir de cero, pero nada logré. El fuego había, parece ser, no sólo consumido mis bienes, sino también la simpatía que por mí se tenía. Así, en poco tiempo, no solamente había perdido todo, sino que tenía también deudas con mis proveedores, y ellos me hicieron poner, por tal razón, en prisión.
Hubiera sin duda podido salir adelante, pero esta última indignidad; la prisión, me desmorona y me entrega al resentimiento. Al cabo de un año me dejan en libertad, pero ya no era yo el mismo hombre optimista, feliz, contento de su suerte, confiado en las gentes y del mundo entero; que había sido.
Pero el infortunio no existe sino en la tumba. El hombre cuando está vivo no es infortunado.
Puede siempre hacer marcha atrás y retomar la cuesta. Y hay siempre una inclinación más fácil para ascender (aunque algunas veces más larga) y más adaptada a la situación.
Como yo era un buen carpintero, encontré rápidamente empleo y con un buen salario, pero como había degustado los frutos de la opulencia, la insatisfacción se apoderó de mí. Me volví deprimido y amargado. Para consolarme, y olvidar todo lo que había perdido, pasaba mis tardes en la taberna. No es que bebiese mucho alcohol, salvo en cada ocasión, (ocasiones que se presentaban seguido) y lo suficiente para tornarme alegre, qué yo pudiese reír, charlar y cantar con mis compañeros de infortunio.
Era en ese entonces cuando yo me consideraba un fracaso ambulante. Era como si fuera un caminante que, descendía una cuesta, montaña abajo, tropezando. Más que tropezar, el caminante rodaba y tomaba velocidad.
Me bastará decir que llegó el día en que no tenía un céntimo con que comprar ni un plato de comida, ni mi alojamiento, ni con qué vestirme.
Estaba pobre, me procuraba de tiempo en tiempo algunos peniques o incluso chelines, pero mi rostro y cuerpo demacrados y reducidos al estado de esqueleto. Mi estado era deplorable.
Recuerdo bien, las circunstancias en las cuales estaba. Me despertaba a media noche. Mi lecho era una pila de tablas provenientes de un taller donde había yo trabajado.
El techo estaba hecho con un tonel. La noche era fría, y estaba congelado aunque, paradójicamente, hubiese soñado con lumbre y calor, y con la dilucidación de buenas cosas.
Pueden decir, cuando les relate el efecto que mi visión tuvo sobre mí, que yo deliraba. Si fue así, espero que muchos de mis lectores hayan de delirar también, de la misma manera que yo, y es esta la razón por la que me lancé a la escritura de mi historia.
Es el sueño que me dejó en la creencia... –de hecho, no en el conocimiento- de que yo estaba poseído por dos identidades: y era la mejor de mis dos entidades la que me ofrece la ayuda que yo había buscado, en vano, cerca de mis amistades. Escuché describir este estado, como de un “desdoblamiento”. Pero..., un doble no es más que la copia del original, y ello, no describe la situación que viví.
Para acabar de ajustar, no es el sueño mismo el que tuvo efecto en mí. Es la impresión que me dejó, y la influencia que ejerció sobre mí, lo que me liberó de mis grilletes. En otros términos, yo estimulaba mi otra identidad.
Después de haber afrontado una tormenta de viento y nieve, vi a través de una ventana mi otra identidad. Él tenía buena apariencia y respiraba salud. Ante él, brillaban las fogatas. Emanaba de él, el poder y la fuerza. Él era musculoso tanto física como mentalmente. Yo llamé tímidamente a la puerta, y él me dijo: Entra. Pude leer una especie de sonrisa, como de burla, en sus ojos, mientras me alcanzaba una silla para sentarme ante el fuego.
Calentado volví atormentado a mi refugio, martirizado por la vergüenza que el contraste entre nosotros, había despertado.
Había una presencia conmigo, invisible para los demás.
Es entonces, cuando me desperté; y he aquí la parte sorprendente de mi relato: Al despertarme, no estaba solo. Había una Presencia conmigo; invisible para los otros, como me daba cuenta, por lo que sigue, pero que era real para mí.
La Presencia se me parecía, pero así mismo tenía resplandecientes diferencias. Su frente, más alta que la mía, le hacía parecer, así mismo, inflexible y pleno. Los ojos, claros, directos, determinados, brillaban de entusiasmo y de resolución. Los labios, el mentón, de hecho todo el rostro, eran dueños de sí y decididos.
La Presencia era calma, resuelta, y segura de sí. Yo me encorvaba, lleno de temblor, nervioso, angustiado, inquieto con la más mínima sombra. Cuando la Presencia dio media vuelta, la seguí, y no la perdí de vista toda una jornada, salvo en los cortos instantes en que yo no osaba franquear la puerta por donde la Presencia atravesaba. En esos casos yo esperaba con impaciencia y un respeto mezclado con temor, que él volviera a salir, no pudiendo impedirme admirar su temeridad, (¡se me parecía totalmente!, Pero y a la vez, ¡era tan diferente!) Pues atravesaba sin dificultad los lugares por los que mis propios pasos no osaban llevarme.
Pareciera que fuera designado a ir por los lugares y ante las gentes que me habían hecho lo peor: oficinas con las cuales otrora había hecho transacciones, hombres de negocios con los cuales había pactado.
A lo largo de toda una jornada yo había seguido a la Presencia, y en la noche, lo vi desaparecer tras la puerta de una hostelería famosa por sus caros costos y su confort.
Esa noche no encontré a mi Mejor Yo (así es como yo lo nombraba) en mis sueños, pero al despertarme, por suerte él estaba a mi lado, con su sonrisa calma, de gentil burla en los labios, sonrisa que no era ni de piedad ni de condescendencia. Esa sonrisa me golpea de nuevo.
El día siguiente no fue distinto que el primero, una repetición del precedente, y debía yo, aún, esperar afuera, mientras que la Presencia estaba en los lugares donde yo hubiera estado si hubiera tenido el coraje de ir allí.
Así fue durante muchos días, uno detrás del otro, hasta que cesé de contarlos. Poco a poco me di cuenta de que esta asociación constante con la Presencia tenía en mí efectos. Una noche que me desvelaba la Presencia a mi lado, tuve el coraje de hablarle, claro que, con timidez...
“¿Quién eres tú?” Le pregunté, y yo sobresaltado, me levantaba, ante el sonido de mi propia voz.
“Yo soy quien yo soy” fue la respuesta. “Yo soy aquel que tú has sido; yo soy aquel que tú puedes ser aún; ¿de dónde viene tu duda? Yo soy aquel que tú has sido, y que abandonaste prefiriendo otra compañía. Soy el hombre hecho a la imagen de Dios, que, antaño, poseía tu cuerpo. Era el tiempo en que habitábamos juntos.
"Luego te convertiste en un achacoso, egoísta y exigente, como no podías tenerme más, me separé de ti. Hay una entidad “positiva” y una entidad “negativa” en cada ser humano nacido sobre la tierra. Aquella que es favorecida por la encarnación, domina; la otra termina por abandonar, temporalmente o, hasta siempre. Yo poseo todo lo que quiero.
Nada es tuyo. Este cuerpo que habitamos los dos es mío, pero es impuro y por lo tanto no puedo habitarlo. Límpialo, y tomaré de nuevo posesión”.
“¿Por qué me persigues?” Pregunté enseguida a la Presencia.
“Eres tú quien me persigue, y no a la inversa. Tú puedes existir sin mí durante algún tiempo, pero tu camino tornara sobre sus pasos, y su fin es la muerte. Ahora que te aproximas a la muerte, te preguntas si había tiempo de limpiar tu cuerpo de nuevo y de invitarme. Descarta la voluntad e inteligencia de ese cuerpo, y podré tomar posesión. Es la condición indispensable”
“Todo es posible a la entidad positiva de un hombre”
“Mi cerebro ha perdido todo poder” murmuré yo. “Mi voluntad está débil. ¿Puedes tú reparar todo eso?”
“¡Escucha!” Dijo la Presencia, y se estiraba mientras yo me encorvaba a sus pies.
“TODO es posible a la entidad positiva de un hombre. El mundo le pertenece. Es su propiedad. Ella no tiene miedo de nada, no fuerza nada, no se detiene ante nada. Ella no demanda privilegio alguno, pero los obtiene. No domina y no sabe retroceder. Sus demandas son órdenes; la oposición, funde a quien le dirige la palabra; ella levanta montañas, cubre los valles, y viaja al lugar donde el infortunio no existe.”
Enseguida me dormí de nuevo, y, cuando me desperté, estaba en un mundo diferente.
El sol brillaba y yo, escuchaba los pájaros cantar por encima de mi cabeza. Mi cuerpo, ayer aún tembloroso e incierto, estaba vigoroso y lleno de energía. Yo miraba mi lecho de tablas y mi tonel con una divertida perplejidad, como si los viera por primera vez, reconociendo el abrigo que ellos me habían deparado en las noches.
Los acontecimientos de la noche revivieron mi espíritu, y buscaba la Presencia. No estaba más visible, pero descubrí, agazapado en una esquina de mi refugio, achacosa, deformada, desfigurada incluso, esfumada y desecha, mi entidad negativa. Supe que mi entidad positiva había tomado de nuevo posesión de mi cuerpo y consideraba al otro con burla y desprecio.
Pero no tenía tiempo para detenerme sobre su suerte. Tenía que hacer –mucho que hacer-. ¡Raro que no haya pensado en el día anterior!. Pero el ayer era el pasado, el hoy era mío, y apenas comenzada.
Como era mi costumbre, anteriormente, yo dirigía mis pasos hacia la taberna. Saludé a todo el que entraba, sonreía a los saludos que retornaban.
Los hombres que me habían ignorado durante meses me saludaron con afecto al pasar. Me dirigí hacia el baño, luego, hacia la mesa del desayuno; enseguida, cuando pasé ante el mostrador, dije al propietario:
“Quiero ocupar el mismo puesto que tenía antes si, por suerte, está disponible. En caso contrario, no importa que otro ocupe, mientras desocupan mi puesto”
Me puse a trabajar sin formular pregunta alguna.
Luego, salí y me fui hacia arriba, hacia el lugar que me correspondía en el taller. En la construcción había un gran remolque que los hombres cargaban con toneles para botar. No formulé pregunta alguna, pasaba toneles a los hombres que los apilaban.
Cuando se terminó, esta tarea, entré en el taller. Había un banco libre. Me di cuenta de las cosas allí apiladas. Era el mismo banco en el que otra vez había yo trabajado.
Arremangué mi camisa y quité los objetos que obstaculizaban para el trabajo. Un momento más tarde estaba cepillando y tallando.
Había terminado, hacía ya más de una hora, cuando el contramaestre entró en la pieza, y se detuvo, sorprendido de verme ahí. Había ya un bella pila de pedazos de madera perfectamente cepillados y ajustados, pues en ese tiempo yo era un excelente carpintero: de hecho, no había otro mejor.
“Estoy de regreso al trabajo, Señor” -expresé.
Él menea la cabeza y pasa a los otros bancos, examinando el trabajo de mis colegas, sin prestarme atención.
Cualquiera sea el bien que desees, es vuestro.
A partir de ese momento fui un hombre que todo lo lograba, que pronto fue nuevamente propietario de un taller, y luego, de todos los bienes que un hombre desea poseer.
Ruego porque ustedes, que leen este relato, sigan estas reglas y todo lo que ellas implican, pues de ellas depende todo logro y todo lo que los logros impliquen:
• Cualquiera que sea el bien que desees, es tuyo. No tienes sino que extender la mano y tomarlo.
• Enseña que la conciencia del poder infinito que está en ti, toma posesión de todo lo que esté a tu alcance.
• No tengas miedo alguno, en ninguna forma que se dé, pues el miedo es una característica de la entidad-negativa.
• Si tienes un talento, un oficio, ejecútalo; el mundo debe sacarle provecho y también tú.
• Haz de tu entidad-positiva un compañero de tus días y tus noches. Si tienes en cuenta sus opiniones, no te engañarás.
• Recuerda, la filosofía es un conjunto de argumentos; el mundo, que es tuyo, es una acumulación de hechos.
No pidas, a nadie, permiso para obrar.
La entidad negativa recauda favores: la entidad positiva los concede.
La suerte espera cada uno de tus pasos: tómala, pliégate a sus deseos, guárdala, pues ella es tuya, ella te fue destinada.
Comienza desde ahora, con estos preceptos presentes en vuestra memoria.
Extiende la mano y toma lo mejor, lo que quizá nunca has utilizado, salvo en raras ocasiones, y de urgencia. La vida es una situación de urgencia permanente.
Tu entidad positiva está a tu lado desde ahora; vacía tu mente, límpiala de pensamientos negativos, y despierta tu ingenio. Ella tomará posesión de ti. Ella no espera sino una señal tuya.
Ponte en marcha esta noche; sal desde ahora a tu nuevo camino. Que sea tu entidad positiva la que te controla, la otra entidad va sin rumbo alrededor de ti: pon atención de no dejarla entrar más en ti, si lo hiciese no sería más que por un momento.
Confío a mi entidad positiva el cuidado de transmitir, a las generaciones que me seguirán, el secreto de lo positivo, lo que puede transformar todo: el secreto para utilizar el potencial ilimitado que está en ti desde ahora y por siempre.
Autor Anónimo
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