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Todo Final es un Principio

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Hace mucho tiempo, Job preguntó: “Si el hombre muere, ¿volverá a vivir?” (Job 14,13). Desde ese entonces, esa pregunta se ha planteado en infinidad de ocasiones. La verdad es que no hay muerte en el sentido de olvido. Dios es Vida y esa vida es la nuestra, la de ahora. La vida, o Dios, no tiene principio y no tiene final. El hombre, al ser vida como manifestación de Dios, no puede morir.

El cuerpo tiene un principio y un final. Siempre tendremos un cuerpo, porque el cuerpo del hombre, ya sea tridimensional o cuatri-dimensional, es el vehículo para la expresión de la vida. Cuando el vehículo o cuerpo ya no es un instrumento adecuado aquí en la Tierra, se deja de lado. Entonces, el Espíritu se cierra sobre sí mismo, en un nuevo cuerpo.

No debemos pensar en la muerte como un final. Pensamos más bien en ella como un nuevo principio que será, además, más abundante. No debemos concebirla como una pérdida, sino por el contrario, como una ganancia. En lugar de pensar tristemente en que partiremos, pensemos en que nos reuniremos con todos nuestros seres queridos. En lugar de pensar que nos marchamos, démonos cuenta de que con la muerte llegamos a nuestro nuevo destino. Una vez hayamos probado la realidad de lo que el hombre llama “muerte” seremos conscientes de que en realidad se trata de un renacimiento. La muerte será entonces lo que la salud para el enfermo, lo que el hogar para el exiliado.

Milton dijo: “La muerte es la llave dorada que abre el palacio de la eternidad”. Es imposible que algo tan universal como la muerte sea considerado permanentemente como un mal. Tiene que ser algo bueno, o no existiría. El viaje se efectúa desde la gloria hacia la gloria; el ser humano avanza hacia delante, en sentido ascendente, hacia Dios. Admitimos los procesos de renovación, resurrección y fructificación en las estaciones, en las aves, las flores y los insectos, pero cuando se trata del ser humano, nos quedamos paralizados y sin habla, llenos de miedo. Somos tímidos a la hora de asumir que la muerte y el nacimiento no son más que las dos caras del escudo de la vida, y que no hay que temerlas. Básicamente, la muerte es la vida en proceso de cambio. Algo viejo que se entrega a cambio de algo nuevo, esa es una transmutación que se consuma en el llamado proceso de la muerte.

Al pasar a la siguiente dimensión de la vida, usted conservará el pleno uso de sus facultades mentales. Reconocerá su nuevo ambiente. Conocerá a los demás y éstos también le conocerán a usted. Verá, comprenderá, aprenderá y avanzará en todas las fases de la vida. La muerte es algo más que un final; en realidad, es un nuevo principio, pues cuando algo termina siempre hay algo nuevo que empieza. Por eso, cada final es un principio. La entrada en la siguiente dimensión de la vida se caracteriza por la novedad, la libertad y la expresión.

La vida es un despliegue interminable

La vida es una progresión, un despliegue interminable en continúa expansión. En la siguiente dimensión de la vida, usted poseerá un recuerdo de su vida sobre este plano terrenal y el recuerdo de quién es y lo que es constituirá el vínculo que le recuerde la continuidad de su vida individual, a medida que ésta se expande incesantemente. Dios es infinito. Usted también es infinito y en la eternidad nunca podrá agotar las glorias y bellezas que hay dentro de usted: ¡así de maravilloso es! 

En el capítulo 15 de la primera epístola a los Corintios, Pablo dice: “Y hay también cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales... Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos la imagen del celestial.” 

Es usted inmortal

Con ello, Pablo está diciendo que no se produce una verdadera muerte y que todos los seres humanos son inmortales. Todo niño que nace es vida universal, o Dios, que asume la forma de ese niño; se trata realmente de Dios que desciende de los cielos (estado invisible) y que aparece en un cuerpo terrenal. Cuando ese instrumento deja de funcionar con perfección, pasamos a un cuerpo situado en la cuarta dimensión, al que se suele llamar cuerpo sutil, celestial, astral, subjetivo, etc. Lo único que se lleva uno a la siguiente dimensión de la vida es su estado de conciencia, es decir, su conocimiento, conciencia y convicciones sobre Dios, la vida y el Universo.

Volverá a encontrarse con sus seres queridos

Al llegar a este mundo, fue recibido por manos amorosas que cuidaron de usted. Fue abrazado y querido y se satisficieron todas sus necesidades hasta que terminó su infancia. Lo que es cierto de un plano, también lo es respecto de todos los planos de la existencia, pues Dios es amor. Al entrar en la siguiente dimensión, se encontrará con enfermeras y médicos bien entrenados que le iniciarán y le introducirán a una nueva vida. El amor atrae y volverá a encontrarse con todos sus seres queridos, con los que tendrá una reunión feliz. Si ha sido usted un maestro de la verdad aquí, en esta vida terrenal, enseñará también allí y escribirá. Viajará y hará cosas que hizo aquí, con la única diferencia de que estará funcionando en una nueva longitud de onda o en una frecuencia superior. Allí no verá el Sol o la Luna, puesto que el tiempo no es el mismo que aquí. Cuando se acueste a dormir por la noche, por ejemplo su mente estará muy activa, pero no será consciente del paso del tiempo.

Cómo rezar por los llamados muertos

Aplicar el “óleo de la alegría para el dolor por la pérdida” se interpreta del siguiente modo: debemos enseñar a todos los seres humanos que nunca deben sentir dolor o lamentar la pérdida de sus seres queridos. Al irradiar las cualidades de amor, paz y alegría por la persona querida que ha pasado a la siguiente dimensión, estamos rezando por ella de la manera más correcta. La estamos elevando en la conciencia. Eso significa, verdaderamente, aplicar el “óleo de la alegría para el dolor por la pérdida”. Nos regocijamos por su nuevo cumpleaños, sabiendo que se encuentra en presencia de Dios. Allí donde está Dios no puede haber ningún mal. 

Para rezar por la persona que consideramos como muerta, tenemos que darnos cuenta de que las personas queridas que han fallecido se encuentran ahora en estado de belleza, alegría y amor; al rezar por ellas, las elevamos porque sienten nuestras oraciones y, por tanto, se saben bendecidas. Nuestra sincera oración las hace felices. En lugar de sentir que están muertas y que se han marchado y que sus cuerpos se encuentran allí donde están sus tumbas, nuestra visión interior nos permite verlas en un estado de indescriptible belleza. No debemos detenernos jamás en el estado de ánimo de la ausencia, la limitación o la lamentación. 

El Espíritu nunca nació y nunca dejará de existir. 
Nunca hubo un tiempo en que no fuera; 
El fin y el principio sólo son sueños. 
El Espíritu permanece eternamente sin nacer, sin morir, 
sin forma. 
La muerte no le ha tocado. 
Parece muerto en la casa, 
pero sólo como alguien que yace desprovisto de su gastada ropa y, 
tomando otras nuevas, 
dice: “¡Hoy me pondré éstas!” 
Así se puso el Espíritu nuevo ropaje de carne y pasó a 
heredar una nueva residencia. 
-La canción celestial 


Joseph Murphy

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