
Naturalista, explorador y escritor, el norteamericano Peter Matthiessen, tiene una extraordinaria maestría para transmitir el frescor, la viveza y la inmediatez de la vida.
Somos niños que añoran el paraíso perdido cuando de pequeños sustituimos con palabras, ideas y abstracciones nuestra experiencia directa y espontánea de la cosa misma, de la belleza y la precisión de este momento presente.
"No sé". Ésta es la respuesta definitiva en zen. No saber es una respuesta que evoca el inmenso vacío, pero que profundiza aún más en la fuente innominable en la que no hay nada que saber, donde nada existe fuera del hacer y el ser de este momento presente sin pasado ni futuro.
En este puro acto no hay tiempo ni espacio, sino solamente el libre acto-ser del momento: ahora, libre de conceptos.
Al igual que el vacío, este no-conocimiento está muy cerca de nosotros y, por lo tanto, es difícil verlo.
Por primera vez desde la infancia olvidada no estaba solo, no existía ningún yo diferente. Heridas, cóleras, crispaciones, lugares huecos, todo había desaparecido, todo se había sanado: mi corazón era el corazón de todo lo creado. Nada se necesitaba, nada se añoraba, todo era ya, siempre y para siempre presente, para siempre conocido.
Todo está bien. Vives cerca del océano... las olas vienen y van, pero el océano sigue ahí. Tú mueres, yo muero, todo está bien. El océano sigue ahí.
No basta con permanecer sentado en silencio: ¡Eso es algo que pueden hacer hasta los budas de piedra! Tu práctica tiene que ser práctica viva.
Lo que es inmutable no es el cuerpo ni la mente individual, sino esa "mente" compartida con toda la existencia, esa condición que jamás cesa porque nunca llega sino que simplemente es.
La meditación no tiene nada que ver con la contemplación de los enigmas eternos, o de la propia insensatez, ni siquiera del propio ombligo. No tiene que ver con ningún tipo de pensamiento, con nada en absoluto, sino con intuir la verdadera naturaleza de la existencia.
Como en el espejo en el que se reflejan todas las cosas sin dejar rastro, el vacío contiene todas las formas y todos los fenómenos y es sinónimo de la esencia universal. Así que este vacío es también plenitud, contiene todas las formas y todos los fenómenos debajo y encima del cielo y llena todo el Universo.
Nunca gozas del mundo hasta que el mismo mar fluye en tus venas, hasta que te vistes con el firmamento y te coronas con las estrellas y percibes que tú mismo eres el único heredero de todo el mundo y más aún, porque en él hay hombres que son herederos únicos, como tú.
Me siento como un diapasón a punto de ser pulsado, como un diamante a punto de quebrarse. Y, al mismo tiempo, estoy a gusto y relajado; no me perturban el ruido ni las distracciones, ni siquiera el dolor. Sólo existe esta tensión serena, esta suave intensidad, esta frenética inminencia con cada aliento.
A veces observo el cielo y las montañas y a veces me siento a meditar, procurando vaciar la mente y alcanzar ese estado en el que todo permanece en reposo, libre e inmortal..., en el que todas las cosas esperan eternamente y un destello de infinito resplandor detrás de cada cosa.
Todos los sonidos y todo lo que uno ve y siente asume inmanencia, una inmanencia como si el mundo se pusiera firme, un universo del que uno mismo es el centro, un universo que no es lo mismo que uno pero que tampoco es diferente.
Cuando las cosas conocidas comienzan a perder la forma que se les ha asignado, empiezan a girar y el centro no aguanta porque lo buscamos fuera en vez de hacerlo dentro.
En la gran quietud ya no respiro sino que soy respirado.
Al día siguiente vuelve a nevar y cuando me paro en el puente al oscurecer, con las montañas respirando, mi pensamiento se disuelve, mi cabeza se hace transparente y la nieve atraviesa el vacío que ésta ocupaba antes.
El verdadero milagro, la verdadera iluminación, es la conciencia de este momento preciso, del ahora.
¡Pues claro que soy feliz! ¡Es maravilloso!... ¡Sobre todo cuando no tengo elección!
La eternidad no es nada remoto; está aquí, a nuestro lado.
Texto extraído del libro El río del dragón de nueve cabezas: diarios zen de Peter Matthiessen
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